jueves, 25 de mayo de 2017

Entrevista al historiador Gabriel Di Meglio. Diario Página12

Es una entrevista que tiene algunos años pero sirve para comprender en profundidad la Revolución de Mayo

DIALOGOS › GABRIEL DI MEGLIO, UN HISTORIADOR DE LA PARTICIPACION POPULAR EN LA REVOLUCION DE MAYO

“Cuando participan, los sectores populares lo hacen con alguna intención”


French y Beruti fueron los dos grandes agitadores de los revolucionarios. Dorrego y Rosas, los primeros caudillos populares. Di Meglio señala que al caer el rey frente a Napoleón, la soberanía vuelve a los pueblos y así surgieron las Juntas en España y en América.



 –¿Cuándo empieza para usted el proceso revolucionario?

 –La revolución comenzó con la crisis de la monarquía española. La invasión francesa en 1808, que capturó al rey Fernando VII e hizo que se generara en España un movimiento de resistencia, porque Napoleón Bonaparte, el invasor, le quitó la corona al rey y se la dio a su hermano, José Bonaparte. Entonces, la idea que se instaló era que la soberanía vino de Dios a los pueblos que forman la monarquía y esos pueblos se la dieron al rey. Y si no había rey, la soberanía volvía a los pueblos. Los españoles que viven en España empezaron a aliarse contra los franceses. Y las ciudades españolas hicieron Juntas, para conservar la soberanía del rey mientras éste no estuviera, que se agruparon en la Junta Central de Sevilla.

–¿Y en América qué pasaba en ese momento?

–En América, la mayor parte del imperio aceptó que esa Junta Central de Sevilla reemplazara al rey, por lo cual, en 1808, prácticamente no cambiaron las cosas. En general, la gente decía: “Queremos que vuelva el rey”. Había un patriotismo hispano muy fuerte. Dos años después, las cosas cambiaron porque el territorio español cayó bajo el dominio francés. Ya no quedaba Junta Central de Sevilla. Era el apogeo de Napoleón, que no parecía algo pasajero, sino catastrófico. En muchas ciudades americanas se hizo lo mismo que en España dos años antes. Y se pensaba: “La soberanía la tiene el rey porque se la dieron los pueblos. Sin rey, la soberanía vuelve a los pueblos”. Cuando llegó la noticia de la caída de España, en algunas ciudades americanas se formaron Juntas: en Caracas en abril de 1810, en Buenos Aires el 25 de mayo, después en Santiago de Chile y en Cartagena y Bogotá, que ahora son Colombia, en parte de México también.

 –¿Cuál era el espíritu de esas Juntas?

–Al principio, no eran independentistas, sino autonomistas. Buscaban un autogobierno, que no era incompatible con la monarquía. Con la Revolución se dieron varias cosas. Por un lado, no todos aceptaban el principio juntista y comenzó a haber una guerra –en un comienzo modesta aunque cada vez más compleja– entre los partidarios de las Juntas nuevas y los que seguían siendo leales al Consejo de Regencia español. Si bien el factor que provocó la revolución era el mismo para todos, de acuerdo con las situaciones locales previas, los derroteros posteriores de cada movimiento revolucionario fueron diferentes. En América había muchas tensiones raciales y sociales, que se activaron cuando se produjo la revolución. La americana era una sociedad con muchos conflictos, había tensión entre los indígenas, los dominadores y los esclavos.

 –¿Por qué algunos investigadores dicen que no fue efectivamente una revolución lo que se produjo en 1810?

–Antiguamente, los sectores más liberales, e incluso los nacionalistas, pensaban que la revolución fue un intento de los criollos de liberar e independizar a la Argentina, que estaba oprimida por España. Lo cual habla de una conciencia de los criollos de lo nacional, que es la idea de Mitre y que, desde 1870 en adelante, fue retomada hasta el hartazgo por distintos historiadores y volcada en la enseñanza pública: la idea de que los argentinos nos emancipamos. Hoy, las investigaciones demostraron que no existía una conciencia nacional, todos se consideraban americanos. Las identidades nacionales se crearon luego de 1810, en buena medida durante la guerra de la Independencia, con nuevos agrupamientos y con lo que luego fueron las naciones hispanoamericanas. Desde la izquierda, que nunca fue muy influyente en la Argentina, algunos discutieron si fue una revolución burguesa y otros directamente negaron cualquier hecho revolucionario. Yo creo que fue una revolución porque hubo una transformación muy fuerte. Si uno se ubica en 1810 y luego en 1820, que es cuando termina la guerra de Independencia, se ven algunos cambios muy fuertes.

 –¿Como cuáles?

–Cambiaron las razones por las cuales se manda y se obedece. Ya no se es súbdito de un rey, el pueblo manda a través de sus representantes.

 –Además porque diez años era un lapso muy corto para aquel momento.

–Fue muy rápido y no había demasiados antecedentes; el más cercano era el de Estados Unidos, que se había hecho república unos años antes. América era vista como una regeneración de Europa, como la tierra de la libertad. Mientras que Europa aparecía como algo atrasado. El otro cambio fundamental fue económico. Toda la economía consistía en alimentar ese centro minero del Alto Perú, sobre todo Potosí, y exportar plata. En Buenos Aires, el 80 por ciento de la exportación en la época colonial era plata. Con la guerra, Potosí quedó del lado realista y la economía se transformó notablemente. Se pasó a la exportación de bienes primarios, lo que después fue agrícola-ganadero, que en ese momento era sólo ganadero. Eso supuso un cambio grande en la cúspide social, si los grandes comerciantes habían sido la clase dominante en el período colonial, a partir de allí se abría la puerta para que lo fueran los terratenientes, que en el período colonial eran un sector intermedio. El otro punto revolucionario es el final de las desigualdades sociales y raciales legales, salvo la esclavitud.

 –¿Sólo en términos legales?

–Las diferencias sociales y raciales siguen hasta la actualidad, pero entonces dejaron de ser legales. A partir de la revolución, todos somos iguales ante la ley. Así como en España, la sangre de los judíos o los moros “no era limpia”, en América, el que no tenía sólo sangre española o india tampoco era puro. Los indios también eran considerados puros, inferiores pero puros. Las mezclas eran castas y éstas eran legalmente inferiores: no podían usar armas ni hacer apuestas de ningún tipo. La revolución rompió con eso, no de hecho, pero sí de derecho. La libertad de vientre hizo que la esclavitud empezara a caer como institución. Aunque se terminó recién con la Constitución nacional de 1853. El otro punto que para mí la hace una revolución es que fue vivida por todas las clases sociales de ese momento como un antes y un después, ellos decían que fue una revolución. Y en la historia lo determinante es la experiencia humana.

 –¿A qué se refiere usted cuando habla de “bajo pueblo”?

 –Esa sociedad que hizo la revolución estaba fuertemente dividida. Una división muy grosera y amplia era entre gente decente, que tenía respetabilidad y dinero, y la plebe o el bajo pueblo, que no eran respetados por su color de piel. Ser blanco era ser considerado blanco por los demás, no hacía falta serlo realmente, porque no había forma de medirlo. De hecho, Rivadavia era bastante moreno. En distintos lugares de América, había gente que nacía de color y moría blanca: cambiaba de lugar, conseguía dinero y compraba su blanquitud.

¿Cómo estaba conformado el bajo pueblo?

–Era un sector muy amplio de gente que tenía las ocupaciones más pobres: jornaleros, peones, lavanderas, planchadoras, los que trabajaban en el matadero, los que bajaban de buscar agua y los que, en los actos escolares, aparecen vendiendo mazamorra. Además de ser el piso social, tenían muchas diferencias entre sí, era un conglomerado muy heterogéneo que los de arriba aglutinaban en la plebe.

 –¿Cómo surge ese nombre?

–Es un término que existía en la época para diferenciar. Pueblo era una palabra polisémica. Quería decir ciudad y también se refería a los que viven en esa ciudad. A veces incluía a los vecinos, que tenían cierta respetabilidad social, y otras incluía a todos. Todas esas acepciones estaban en el diccionario de esa época. Encontré un caso de gente gritando “Viva el bajo pueblo”. Fue la única vez que encontré a alguien autoproclamándose con una identidad popular. Es muy difícil encontrar que ellos mismos se llamen de alguna manera.

 –¿En qué circunstancias se dio eso?

–En unas elecciones, después de la revolución, entre federales y unitarios. En ese momento gobernaba Dorrego. Sus enemigos le decían el tribuno de la plebe y sus seguidores, el padre de los pobres. Dorrego había aprendido a hacerse un capital político popular, escuchaba los reclamos populares y, cuando fue diputado, los llevó a la Legislatura. Los federales eran vistos como populares y los unitarios como aristócratas. En esas elecciones, los seguidores de Dorrego gritaban: “Viva el bajo pueblo, mueran los de casaca y levita”, que eran las prendas de la elite. En Buenos Aires, era muy barato comer en esa época, pero era muy caro vestirse. De allí la idea del descamisado, el que no tiene camisa, porque se le rompió o porque la fue arreglando y quedó hecha jirones.

 –¿Qué rol tuvo el bajo pueblo en la revolución?

–Cuando se estudia estos períodos se sigue poniendo el énfasis en los grandes personajes, San Martín, Moreno, Saavedra, Belgrano, que sin dudas fueron los líderes del proceso. Pero si sólo se los sigue a ellos, uno se queda con una mirada sesgada de la historia. En la revolución rioplatense, si no se estudia la participación del bajo pueblo no se entiende la revolución, porque participaron activamente. Tal vez de manera subordinada, pero no por eso menos importante.

 –¿Hay algún antecedente de la participación de esos sectores?

–Sí. Con las invasiones inglesas se habían formado milicias voluntarias en las cuales ingresó mucha gente del bajo pueblo. Consiguieron un trabajo, que fue convertirse en milicianos, no en militares. Era gente que defendía la ciudad y tenía una paga por eso. Allí comenzó a activarse la participación en la cosa pública, aunque no necesariamente política. Cuando llegó la revolución a Buenos Aires había una experiencia previa, que facilitó que estos sectores se politizaran rápidamente.

 –¿Qué rasgos tiene ese proceso de politización?

–Era una época muy compleja. No había dos grupos que se fueron reproduciendo, sino que fueron surgiendo nuevos. A veces se simplifica diciendo que el origen de los problemas argentinos estaba dado por la división entre el grupo de Moreno, que seguía un cambio más radical y transformador, y el grupo de Saavedra, que era revolucionario pero quería básicamente un cambio de gobierno. Esa división duró dos años, después hubo otros grupos que entraron en acción. Esa división tenía un gran problema.

 –¿Cómo se dirimió ese problema?

 –No había reglas claras de competencia. En una revolución no hay elecciones. Sobre todo, no había lo de antes: si un grupo tenía un problema con otro acudían a España, que era la metrópolis imperial y dirimía qué grupo tenía razón. Como no había más imperio, no había manera de decidir quién ganaba. Esa ruptura hizo que se empezara a buscar capital político hacia abajo, para definir un conflicto. Y eso era básicamente movilización. La calle. Eso les dio entrada abierta a los sectores populares para participar en la política de manera decisiva.

–¿Es posible ubicar algún momento que diera comienzo a esa participación?

–El más famoso fue el 5 de abril de 1811, cuando el sector saavedrista logró movilizar a los que llamaba “los hombres de poncho y chiripá”, que vivían en los suburbios de Buenos Aires, para echar a los morenistas. Fueron a la Plaza de la Victoria –hoy Plaza de Mayo– y pidieron “que se vayan”. En realidad no fueron sólo a eso. Los sectores populares, cuando participan, tienen una intención, no van como ovejas porque alguien los llamó. En el petitorio, echar a los morenistas aparecía recién en quinto lugar. El punto número uno dice: “Queremos que se eche a todos los españoles de la ciudad”.

 –¿Por qué estaban contra los españoles?

–El bajo pueblo era antiespañol, a diferencia de la clase alta que estaba muy ligada a los españoles, porque eran familiares y por otras conexiones muy concretas. En cambio, en el sector popular había mucho resentimiento con los españoles, porque siempre habían tenido ventajas de todo tipo: comerciales, laborales, matrimonial. Ese resentimiento se politizó con la revolución.

 –¿Es posible establecer momentos en los que esta participación popular haya sido más alta?

–1811 y 1812 son años muy fuertes. Con la guerra había mucha efervescencia. Por ejemplo, en diciembre de 1811 hubo un motín de los Patricios, que pedían que se los tratara como milicianos y no como soldados, es decir que les mantuvieran sus derechos como gente de la ciudad. Los mataron, pero fue un levantamiento protagonizado por gente popular, no intervinieron miembros de la elite.

 –Es decir que se definió con las armas.

–Sí. En 1819 hubo algunos levantamientos de la milicia negra, integrada por negros y pardos, pidiendo lo mismo: “Que nos traten como ciudadanos y no nos manden a pelear afuera, porque nosotros somos de la ciudad”. En ese caso no se definió de manera armada. Hubo una negociación y los desarmaron, pero ellos se levantaron con las armas en la mano. En 1812, hubo varios momentos de convulsión. A Rivadavia, que era secretario del Triunvirato, lo persiguieron en la calle y lo zarandearon pidiéndole que tuviera mano dura contra los enemigos de la revolución. Ese fue el momento de mayor efervescencia colectiva. En los cambios de gobierno de 1815, 1819 y 1820 hubo mucha participación popular. Eso impidió que la elite lograra consensuar un orden, porque había una activación previa. Rosas fue quien entendió esto mejor que nadie.

 –¿Por qué?

–En 1829 le dijo a un enviado diplomático uruguayo que él era un hombre de orden, pero que se había dado cuenta de que no se podía gobernar en el Río de la Plata sin tener una ascendencia popular. Por eso se convirtió en un tribuno, una persona que se relacionaba mucho con los sectores más bajos. De hecho, fue el único que logró controlar esa movilización.

 –Entre 1810 y 1820, usted menciona varias fechas pero no hace referencia a 1816, ¿cómo se inserta ese año en el proceso revolucionario?

–1816 no es un momento de mucha importancia en Buenos Aires, aunque sí para el conjunto, porque se declaró la Independencia. Entre 1810 y 1815 se dio el momento más radical de la revolución. Dicho en términos muy simplificados, en 1811 hubo un intento de moderar las cosas cuando triunfaron los saavedristas. Pero en 1812, los seguidores de Moreno, que ya había muerto, dirigidos por Bernardo de Monteagudo –el más radical de los revolucionarios locales—, formaron la Sociedad Patriótica, un grupo que quería muchos cambios. Se juntaron con un grupo de oficiales que venía de pelear contra Napoleón en España, entre los que estaban San Martín y Alvear, y crearon la Logia Lautaro.

 –¿Cuáles eran los rasgos centrales de la Logia Lautaro?

 –Era un club secreto, de tipo masónico. No se sabía qué discutían porque no dejaban constancia. Formaron un movimiento que pedía que cayera el gobierno, que de hecho cayó, y se creó al Segundo Triunvirato. Entre octubre de 1812, que subió el Segundo Triunvirato, hasta abril de 1815, fue el período en el que la Logia Lautaro dirigió la revolución. Ese grupo, que tomaba las medidas más radicales hasta ese momento, no promovió ningún tipo de movilización popular. Como ellos conocían la experiencia francesa y querían evitar la agitación popular, decían que hacían “todo para el pueblo pero sin el pueblo”. Moreno también tenía la idea de que una minoría tenía que gobernar, porque sabía lo que les convenía a los demás. Era una idea de vanguardia revolucionaria. Esa elite, que dirigió la revolución durante los años ’12, ’13 y ’14, tomó las medidas más radicales. La Asamblea del año ‘13 decidió que no hubiera más títulos de nobleza, ni más Inquisición ni más tortura legal y que hubiera libertad de vientre. Todo el mundo esperaba que declarara la Independencia y se redactara una Constitución. Pero lo que sucedió ese año no puede tomarse en forma aislada.

–¿En qué sentido?

–Ese año sucedió algo que parecía increíble: Napoleón empezó a perder. Y los revolucionarios locales propusieron pelear y ver qué pasa. Además, en 1814, el rey Fernando VII volvió al trono. Pero el rey no negociaba nada, quería obediencia total. Los contrarrevolucionarios empezaron a ganar en toda América. El único territorio que quedaba libre en 1815 era el Río de la Plata. Era una revolución dividida en dos y aislada. En Europa era el momento de la restauración. Se restituyeron las monarquías absolutas. Fue por un breve tiempo, pero nadie sabía qué iba a suceder. Aquí hubo muertos, exiliados, confiscación de bienes. El sector que dirigía la revolución cayó por el descontento que se vivía en todos lados. Había una crisis general y se reorganizaron con un Congreso en Tucumán.

 –¿Por qué en Tucumán?

–Para limar algunas asperezas. El grupo que dirigió ese Congreso era más conservador del que había dirigido la revolución, pero no le quedó otro remedio que declarar la Independencia. Aunque, al día siguiente, sacó un comunicado que decía: “Fin de la revolución, principio del orden”.

 –¿Qué rol jugó el bajo pueblo en la guerra de la Independencia?

–El bajo pueblo sufrió mucho con la guerra de Independencia. Al principio hubo mucho entusiasmo con la revolución, pero, con el correr del tiempo, la guerra se complejizó. Los integrantes de la Logia Lautaro, militares profesionales, sabían que la guerra requería una movilización masiva. E hicieron un reclutamiento forzoso –a la gente la agarraban en la calle para pelear– y eso los debilitó. Eran campañas larguísimas. Ir a pelear al Alto Perú significaba ir caminando de acá hasta Bolivia. Hubo un regimiento de negros que luchó en Lima; se fueron en 1815 y volvieron en 1825. Y las mujeres quedaban a cargo de los hogares, del trabajo, se les morían sus maridos, sus hijos.

 ––¿Hay algún personaje de esa movilización popular que se haya institucionalizado?

–Hay un par. El sargento Cabral, que murió en la batalla de San Lorenzo, era negro mestizo y correntino. Falucho, que tiene un monumento en Buenos Aires, era un negro que no quiso entregar la bandera. Pero es difícil reconstruir la historia de esa gente, porque no dejó testimonio escrito. Lo que hay es gente que construyó su historia política en interacción con sectores populares.

 –¿Como quiénes?

–French y Beruti eran agitadores. Cuando firman el petitorio pidiendo que hubiera una Junta, cada uno firma “por mí y por 600 más”. Dorrego fue el primer gran político popular de Buenos Aires y, más tarde, Rosas.

 –¿Por qué se marca el año ’20 como el fin de la revolución?

–En 1820 terminó la guerra y cayó el poder central, que había tenido sede en Buenos Aires. Quedaron provincias sin conexión legal. Usamos esa fecha porque comenzó el proceso de constitución de un país. Y porque muchas cosas que se discutieron durante la revolución –si independencia sí o no, si monarquía o república–, en 1820 estaban definidas. En el ’20 se discutía si el país sería unitario o federal, no republicano. Ya era una república. Y los cambios que se dieron se tornaron irreversibles.

 –¿Qué situaciones, en términos políticos y económicos, ya eran irreversibles?

–La actividad económica pasó a ser la tierra, sobre todo, la explotación ganadera en el Litoral y el interior hacía lo que podía. Había libre cambio con Inglaterra y con cualquiera que quisiera comerciar. El comercio pasó a manos de los ingleses, a partir de entonces. Los terratenientes eran el nuevo grupo peligroso de la provincia de Buenos Aires. Y las elites, de a poco, fueron reconstruyendo el orden.

https://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-146245-2010-05-24.html

lunes, 8 de mayo de 2017

Historias de hijos de desaparecidos

EDICIÓN IMPRESA


Miedo al futuro: historias de un horror que vuelve como la peor pesadilla 

Por Franco Mizrahi 
7 de Mayo de 2017

Alejandra Santucho, Ana Testa, Carlos “el Sueco” Lorkipanidse, Manuel Gonçalves Granada y Guillermo Pérez Roisinblit relataron sus experiencias.


La justicia desaparecida 


A Alejandra Santucho, integrante de HIJOS-Bahía Blanca, le cuesta no quebrarse. “Estos momentos son tremendos”, explica a días de conocerse el fallo de la Corte que podría favorecer, entre otros, a Miguel Etchecolatz.  

Alejandra sufrió el asesinato de sus padres y el secuestro de su hermana Mónica, de apenas 14 años. Su caso integró el juicio ‘Circuito Camps’. Además, por ser menor, era buscada por Abuelas. “Es uno de los 122 casos que no tuvo final feliz -explica su hermana-. Pero logramos que esté enterrada en un cementerio de Bahía Blanca –de donde son oriundos los Santucho- adonde podemos llevarle una flor”.  

“Su único pecado fue ser hija de mis viejos. Fue torturada, violada. Los testigos que estuvieron con ella rescataban que lo peor que les había pasado durante su cautiverio fue cruzarse con mi hermana, una niña, en un CCD”, narra Alejandra. Santucho tenía 10 años y estaba jugando en la casa de enfrente cuando se desató el operativo, en La Plata. “Yo fui testigo en el juicio. Vi cómo se llevaron a mi hermana”, cuenta Alejandra. Santucho recuerda “un operativo muy grande en Melchor Romero”. Su hermana estaba con su hermano y un bebé –de una familia vecina- con sus padres en una casa. “Mi mamá grita que por favor no disparen y que dejen salir a los chicos. Los únicos adultos eran mi papá y mi mamá. Yo estaba en la casa de enfrente. Cuando mi mamá grita yo me escapó y veo salir a Mónica, con mi hermanito y con el bebé en brazos. Veo cómo se lo sacan se lo llevan para un costado y a ella la suben a un auto. Después vuelve la balacera. A mis papás los matan ahí”, relata Alejandra.  

Según pudieron reconstruir, Mónica pasó por la comisaría 5ta. de La Plata y el Pozo de Arana. En el 2009 recuperamos sus restos por medio del EAAF. Estaban en el cementerio de Avellaneda.  

“Nos entregaron su cuerpo fusilado. El EAAF ofrece ver los restos antes de entregar la urna y con mi hermano decidimos verlos. Nos presentaron el cuerpo en una camilla. Estaba entero, con todos los huesitos. El esqueleto de Mónica tenía los dos brazos y las costillas, arriba, a la misma altura, todo quebrado. Preguntamos y en el EAAF nos dijeron que eso fue producto de una ráfaga de ametralladora a corta distancia”, rememora Alejandra.  

“Era algo que en algunos otros cuerpos se repetía. Con esas –y otras- pruebas el caso de Mónica fue uno de los que permitió condenar a genocidas como Etchecolatz. Hubo26 genocidas condenados en la causa ‘Circuito Camps’”, agrega. Con el fallo de la Corte, Alejandra siente “una gran desazón, una gran impotencia y siento que toda esa justicia que habíamos logrado hoy está pisoteada, mansillada, picaneada, desaparecida, nos está faltando esa justicia”, dice. “No tengo palabras para describir lo que hizo la Corte”, agrega. “Jamás pensé que nuestros hijos iban a tener que lidiar de vuelta con los genocidas sueltos”, concluye. « 

La promesa  


Ana Testa es sobreviviente de la ESMA y aún recuerda una “frase hermosa de Adriana Calvo, en el Juicio a las Juntas. Palabra más, palabra menos, ella contó que se había hecho una promesa: si su hija salía con vida de semejante horror ella no iba a descansar ni un día de su vida para que estos tipos estuvieran en la cárcel”. Y eso hicieron junto con Adriana y muchos más, de forma colectiva. Por eso asegura que ahora no bajarán los brazos aunque la patota de la ESMA que la secuestró y la torturó pueda beneficiarse con el 2x1 de la Corte y quedar en libertad.  

Ana fue secuestrada en 1979 y sufrió la desaparición de su compañero, Juan, quien falleció durante la “Contraofensiva Montonera”.  

“El día de mi secuestro, yo había dejado un papelito en casa para mi mamá que decía que estaba enfrente en la peluquería. Los secuestradores llegaron antes que mi madre y me fueron a buscar. Forcejaron conmigo porque yo no quería entregar a la nena, Paulita, de 3 años, y grito hasta que viene uno de la patota, ‘El Gordo Daniel’, que me arranca a la nena y me tira al piso de un Ford”, relata Ana. 

“Mi mamá y la nena vivían en Santa Fe. A los dos días las dejan viajar y ambas se van de Buenos Aires. A mí me pegan y me torturan. Yo decía que era la ‘mujer de’”, continúa su relato. Pero esa coartada fracasa y a los 10 días los represores rastrean su trayectoria de militancia. Entonces, las torturas se agudizaron.  

“Me tiran por las escaleritas de ‘Sótano’ y voy a parar a la ‘Huevera’ de la ESMA donde estuve 4 días. Me hacía las necesidades encima y como metodología de tortura me pasaban la materia fecal por los ojos y el pecho, con picana. Así fue durante bastante largo. Ahí dudé si iba a seguir con vida”, narra Ana. Finalmente, Ana logró sobrevivir. En el ’80 la liberan. Pero siguió bajo control de la patota de la ESMA. 

“Lo tenía a Cavallo cada mes en mi casa, en Santa Fe. La última vez que vino al pueblo fue el día que mataron a Somoza. Yo estaba en el patio escuchando la radio y cuando entro feliz a compartir la noticia con mi madre, veo que en el comedor estaba sentado este tipo. Lo primero que me dijo con una sonrisa fue: ‘No te recuperamos mucho’”.  

Ana también recuerda que se anoticio de “la caída de mi compañero por Cavallo. Me dijo: ‘Si hubieras delatado a tu compañero en la ESMA él estaría con vida’. Yo he pagado muchas sesiones de terapia para no sentirme culpable”, cuenta Ana. Luego la “custodia” sobre Ana recayó en el represor Venazzi Berisso, quien se murió antes de que comenzaran los juicios. 
La última noticia de la patota de la ESMA que tuvo Ana fue camino al Tigre cuando por sorpresa, Donda le cruzó un auto y la increpó, preguntándole adonde se dirigía. Ya corría 1983. 

“Yo le tengo miedo al futuro –dice Ana- no por mí, yo ya estoy jugada. Temo por los jóvenes, por todo lo que puede pasar con estos tipos sueltos”. 

La segunda “A” de Atlántico  


“Yo estuve secuestrado en la ESMA dos años y tuve la desgracia de que junto conmigo secuestraran a mi mujer y mi bebé de 20 días. Eso hizo todo más dramático y pesado”, cuenta Carlos “el Sueco” Lorkipanidse, sobreviviente del centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA. 

Carlos militaba entonces en la Juventud Peronista y fue capturado en Muñiz y Carlos Calvo, en noviembre del 1978. “Estaba caminando por la calle. A la luz del mediodía. Y había gente. Que salió espantada para todos lados”, rememora. 

El Sueco llegó a ser torturado con corriente eléctrica en una cama metálica con su bebé en el pecho. Todo para que ‘cantara’. Esos represores fueron beneficiados por la el máximo tribunal de (in)justicia del país. “En la ESMA vi a todas las bestias: Acosta, Febres, Azic, Astiz, quienes usaban nombres falsos y de animales (Piraña, Tigre, Cuervo). Dediqué buena parte de mi vida a perseguir a cada uno de ellos hasta que terminasen presos”, asegura. Uno de esllos fue el Jorge “Tigre” Acosta, conocido en la ESMA como “el señor de la vida y la muerte”. “Él solía decir que era ‘jesucito’ porque decidía quién vivía y quién moría. A veces se presentaba como el ‘César’ con el pulgar hacia arriba o hacia abajo. A mí me dijo en una ocasión: ‘Vos vas a ir a parar a la segunda A de Atlántico’. Yo no sabía en aquel entonces que arrojaban a la gente viva al mar. Pero una vez que ingresé en su oficina vi que tenía un mapamundi y comprendí que la ‘segunda A de Atlántico’ quedaba en el medio del Océano. Ahí entendí el destino de todas las personas que pasaron por la ESMA antes que yo”, recuerda Carlos. 

Lorkipanidse estuvo secuestrado en la ESMA hasta 1981. Después continuó bajo “libertad vigilada” hasta el 1983 cuando gracias a las Madres de Plaza de Mayo y Adolfo Pérez Esquivel logró salir a Brasil y de ahí a Suecia. “Por eso me llaman ‘Sueco’”, explica. Desde aquel entonces su ex mujer y su primer hijo viven allí. “Yo volví”, cuenta y añade que borró Suecia de su memoria porque “fue muy doloroso”. “Esto que hizo la Corte para mi es un nuevo indulto –afirma- y abarca a la ‘oficialidad’ joven de aquel entonces”. “Está gente saldrá y morirá en libertad y no se lo merecen. Deberían morir en la cárcel”, agrega. “Creo que esto no va a pasar inadvertido, la sociedad tiene una reserva moral". 

“¿Por qué está ocurriendo todo esto?”, se pregunta el Sueco. No logra descifrarlo aún pero cree que alguien tiene que haber promovido el fallo de la Corte, más allá de los tres jueces que rubricaron el 2x1. « 

La amenaza 


“Yo desaparecí con 8 meses de gestación, no le había hecho mal a nadie. Desaparecí 21 años. Cambiaron mi fecha de nacimiento, mi historia, mis padres, me negaron que tenía una hermana, me crié como hijo único”, afirma Guillermo Rodolfo Fernando Pérez Roisinblit.  

Guillermo nació en el centro clandestino de detención que funcionó en la ESMA durante la última dictadura cívico-militar. Sus padres, Patricia y José Manuel, fueron asesinados y permanecen desaparecidos. Él fue apropiado por el agente civil de la Fuerza Aérea Francisco Gómez, y recuperó su identidad en el 2000. Guillermo aún recuerda las palabras que Gómez le espetó a fines de diciembre de 2003, desde la cárcel: “Cuando salga tengo una bala para vos, para tu hermana y tus dos abuelas”. 

“Lo tenían con vino, asados y mujeres. Él estaba borracho y empezó a culparme de su estado privación de la libertad. Insultos de por medio me amenazó”, rememora. “En ese momento me pregunté: ¿‘Qué estoy haciendo acá? Para mí fue un punto de quiebre”, asegura. 
Tras el acercamiento de Guillermo a Abuelas, su apropiador se quebró y le reconoce que es hijo de desaparecidos: “Me dice que mis padres estuvieron secuestrados en el epicentro de lo que era la represión en la zona oeste: la Regional de Inteligencia Buenos Aires (RIBA), donde él trabajaba. Me relató que a él le tocaba custodiar a mis viejos, que a mi papá le pegaban mucho, que a mi mamá le pasaban de contrabando leche y huevo duro y que le sacaban a pasear tabicada por el RIBA. Me juró que estando embarazada nunca se le hizo daño”. Gómez ya cumplió la condena por la apropiación de Guillermo pero el año pasado fue juzgado por la desaparición de sus padres. Está con prisión preventiva desde 2013 y podría beneficiarse con el 2x1. “No me hace bien pensarlo en libertad caminando por la calle”, cuenta Guillermo, nieto de la vicepresidenta de Abuelas Rosa Roisinblit. « 


"Un bebé oculto en un placard" 


“Nací en junio de 1976, no sé dónde. Entiendo que fue entre Buenos Aires y Rosario”, asegura Manuel Gonçalves Granada.  

“Yo restituí mi identidad a los 20 años (en 1997). Mi papá y mamá fueron asesinados durante la dictadura. Primero, secuestraron a mi papá Gastón, el 24 de marzo de 1976. Mi mamá, Ana María, estaba embarazada de 5 meses. A partir de la desaparición de mi papá, mamá se va de los lugares que frecuentaba en Buenos Aires y empieza a peregrinar para ocultarse”, relata. 

“Salvo una comunicación con mi abuelo, mi mamá no volvió a tener contacto con la familia y no se supo más de ella”, cuenta Manuel. 

La reconstrucción de Granada Gonçalves se remonta al 19 noviembre de 1976. “Estábamos en una casa con la familia Amestoy Fettolini cuando las fuerzas conjuntas del Ejército, la Policía Federal y la Bonaerense rodean la vivienda y la destruyen con granadas y ametralladoras. Asesinaron a toda la familia Amestoy Fettolini (la pareja y los dos hijos, Fernando y María Eugenia, de 3 y 5 años) y a mi mamá, quien recibió 14 disparos de ametralladora. Tenía 23 años. Yo tenía 5 meses en ese momento. Estaba adentro de un placard, en la habitación donde estaba mi mamá, con almohadones. Así estuve protegido de los gases lacrimógenos. Fui el único sobreviviente. El placard también tenía disparos de ametralladora. De ahí me llevaron al hospital porque estaba con un principio de asfixia. De la casa salimos con vida María Eugenia (5) y yo pero María Eugenia no sobrevivió”, narra la tragedia Manuel.

“Estuve en un hospital aislado del resto de los niños con custodia policial permanente hasta que en febrero de 1977, el juez de menores Juan Carlos Marchetti me entregó en adopción a una familia que no tenía vínculos con la dictadura sino más bien con el juez. A partir de ahí perdí toda posibilidad de mantener mi verdadera identidad”, continúa el nieto recuperado.  

Poco después, se encontraron los restos del padre de Manuel en el cementerio de Escobar. “Estaban en una fosa común con otros tres cuerpos. El intendente de Escobar en ese momento era Luis Patti, hoy condenado no solo por el asesinato de mi papá sino por otros casos también”, relata Gonçalves Granada.  

Patti integra la lista de 278 represores que podría beneficiarse con el 2x1. « 

https://www.tiempoar.com.ar/nota/miedo-al-futuro-historias-de-un-horror-que-vuelve-como-la-peor-pesadilla